Pipa Club de España
Segundo Concurso de Relato Corto
José Fernández-Ventura
PRIMER PREMIO: MOISÉS POU
CLEMENCIA
por María Eugenia Corbi
Acostada en el diván de terciopelo gastado, veo pasar los días en un rincón de la casa en la que creció Alan, mi marido. Un lugar desmesurado y viejo, mucho más que yo misma, donde en las tardes lluviosas como la de hoy, froto mis piernas doloridas con una estampa de San Augusto. Y no es que sea yo creyente, al menos no del todo, pero mi tía abuela Clemencia -que aparte de la artritis me legó su nombre- así lo hacía y encontraba alivio. Además, estoy harta de la medicación, sus efectos me impiden pensar con claridad. Y recordar…
Me robaron la juventud, y la razón tuvo que ver con mi hermano mayor, Onofre, que nació con un profundo retraso. Madre me confió su cuidado, como cruel regalo, en mi decimotercer aniversario. Bañarlo, alimentarlo y calmarlo por las noches cuando comenzaba a gritar, eran mis obligaciones.
Mientras tanto, ella se dedicaba a derrochar con alegría los escasos dineros que nos legó mi desaparecido pai. Siempre de fiesta con sus amigas del club de tenis del Casino Ferrolano. Jamás se le pasó por la cabeza ingresar a su hijo en una institución, no había necesidad, ahí estaba yo para atenderlo. Y así fue como se me escaparon veinticinco años... hasta que Onofre y madre abandonaron juntos este mundo. Siempre he sospechado que mi hermano se la llevó con él para retenerla por toda la eternidad y así resarcirse, y un poco vengarse, por la atención y el afecto que nunca recibió de ella en vida.
Al quedarme sola, tuve que empezar de nuevo. Me trasladé desde Galicia a una mísera pensión de Madrid con una pequeña maleta y el diploma que me acreditaba como administrativa, lo único realmente mío que madre me permitió tener. Tras una amarga temporada, en la que la desesperanza hizo que me resignara a acabar mis días mendigando, la fortuna me sonrió. Fui contratada como secretaria de un prestigioso notario, que al cabo de unos meses, me pidió matrimonio.
Alan era uno de esos hombres de edad indefinida. Alto y pelirrojo, taciturno aunque amable. Sigo preguntándome que fue lo que debió ver en mi persona retraída y de aspecto simple.
A pesar de que su familia -originaria de Inglaterra y afincada en España- se había arruinado en la crisis del veintinueve, tuvo éxito en su carrera de fedatario, lo que le permitía un nivel de vida acomodado. Habitaba la heredada casona familiar de vacaciones, situada en un tranquilo barrio residencial en las afueras cercanas a la capital. Allí me mudé con él tras casarnos y aquí sigo, escribiendo estas líneas, o pensando las palabras... no estoy muy segura.
De un tiempo a esta parte siento que no soy yo misma. Incluso mis preciosos vestidos ya no me vienen. Anoche me arranqué con furia el que llevaba puesto y miré mi cuerpo desnudo en el espejo. Lo que vi me horrorizó.
La vida con mi marido no siempre fue fácil. Hubo… dificultades ¿pero qué matrimonio no sufre alguna crisis pasajera? Ella era joven y atractiva, la sobrina de uno de sus clientes en Segovia que se sintió fascinada por ese extranjero experimentado y seguro de sí mismo. A Alan le remordió la conciencia de inmediato, dejó de verla y me lo confesó todo entre lágrimas y súplicas. Juró y perjuró que no había sido nada serio. Un desliz de una sola vez, dijo.
Reconozco que me invadió la ira. Le aseguré que jamás olvidaría su traición y que algún día, cuando menos lo esperase, se lo haría pagar. Pero eran sólo reproches, él parecía realmente arrepentido y yo no había dejado de amarlo, así que poco a poco todo volvió a ser como antes. O casi.
Me siento inquieta, no hago más que deambular cojeando por la casa para terminar sentada en el borde de nuestra cama, balanceando los pies y tarareando la melodía triste de alguna de mis cajitas de música. Como una niña.
Voy a la cocina. Vuelvo. Bajo tropezando a la bodega y reparo en las cajas polvorientas del exclusivo espumoso sobrante servido en la celebración de nuestra boda. Me digo que probablemente esté estropeado ¿o quién sabe? puede que el paso de los años lo haya mejorado hasta convertido en un elixir sublime.
Si algo he aprendido, es que el tiempo es capaz de cualquier cosa.
Echo de menos a Alan, terriblemente, desde aquella mañana en la que desperté y él ya no estaba yaciendo junto a mí. En su lugar, una cáscara. Un inquietante muñeco.
Me convencí de que se había ido para siempre al descubrir a una mosca posándose sobre el iris de su ojo derecho sin ser ahuyentada por el natural parpadeo involuntario, que nunca se llegó a producir. Pasé un rato observando al insecto, mientras se aseaba la cabecita con las patas, mostrando la desafiante indiferencia de las criaturas perversas al ser sorprendidas cometiendo un acto obsceno.
He decidido visitar el gabinete de mi esposo situado en el piso superior, lo que me hace consumir veinte jadeantes minutos en subir las escaleras.
No he vuelto a estar allí desde que se fue, y las pocas veces que lo hice no permanecí en su interior más que unos instantes. Ese era su espacio privado, así como el antaño magnífico, y ahora descuidado jardín, era el mío.
Entro y me invaden las tinieblas. Descorro el pesado cortinaje permitiendo que la tibia luz del exterior, filtrada por nubarrones púrpuras, ilumine apenas la estancia, para a continuación liberar con dificultad los cierres de los ventanales atrancados por las enredaderas muertas que abrazan los muros exteriores.
No recuerdo que la sala fuera tan espaciosa, tal vez sea por efecto del vacío que ha provocado en ella la ausencia de Alan. Sin embargo, todo sigue tal y como él lo dejó; el escritorio repleto de papeles y su máquina de escribir, la biblioteca ocupada en su mayoría por antiguos volúmenes de leyes cubriendo toda la pared del lado oeste, sus discos de vinilo… Extraigo uno al azar y lo coloco en el gramófono. Las solemnes notas de la Toccata y Fuga en re menorinvaden la atmósfera con autoridad.
Enciendo el reflector, cuya mampara es una enorme concha de nautilo, y me dejo caer en la butaca de orejas junto a la chimenea fría.
La música de Bach me produce un efecto hipnótico, y solo salgo de mi trance cuando noto que un objeto me llama. Una vitrina de cristales ahumados que descansa bajo un oscuro lienzo.
.
Abro el aparador y mi leve pulso se acelera. El mueble está repleto de diminutas criaturas, bruñidas y de cuerpo alargado. Algunas erguidas como estacas y otras sinuosas. Sus cabezas ciegas son desproporcionadas, y las bocas muy abiertas parecen suplicar silenciosamente su pitanza, como hambrientos pollos de un ave fabulosa. Pero no se agitan, están inmóviles.
Entonces caigo en la cuenta de que he descubierto las pipas de Alan.
Tiro del cajón que hay en la parte inferior y aparecen varias cajas de hojalata oxidada, precintadas herméticamente con tapa de rosca. Un impulso me invita a abrir uno de los botes, pero está fuertemente cerrado y mis manos de anciana son débiles. Inconscientemente, me acerco al secreter para hacerme con un abrecartas que inserto en la oquedad del borde de la cubierta de chapa, y esta se
afloja dejando escapar una discreta ventosidad.
Acerco la nariz con precaución a las hojas trituradas, de tonalidades que varían entre el dorado, el marrón y el negro rotundo. Me embarga un aroma delicioso, a nueces tostadas rebozadas con pimienta.
Sin pensarlo, adelanto mi huesudo dedo índice para seleccionar una de las pipas. Es curioso, hasta este instante no me había percatado del magnetismo que pueden ejercer estos sencillos objetos, que ahora veo como bellos instrumentos de precisión. Me deleito con la textura de la madera que parece viva, el diseño único y delicado de sus vetas perfectamente verticales, en forma de llama o de celdillas semejantes a las de un panal de abejas. Unas pulidas y otras de trama rugosa, todas agradables al tacto.
Elijo un ejemplar cuya superficie forma ondas en relieve, como las de una concha cubierta por una fina capa de arena volcánica mojada.
Algo está ocurriendo. Mis manos, normalmente trémulas, se mueven con inusitada destreza extrayendo pellizcos de la picadura que dejo caer en el interior de la pipa, una vez y otra, hasta que se acomoda llegando a casi el borde del depósito. Presiono con cuidado de que no quede ni más ni menos comprimido y compruebo aspirando si el paso del aire es el adecuado. Lo es.
Mientras inhalo, abraso delicadamente las hojas de tabaco con un largo fósforo y las hebras crepitan, crecen, expandiendo una fragante niebla azulada.
La cadencia de la música de órgano resuena con vigor en su apogeo y vuelvo a recrear el ancestral milagro del fuego, concibiendo esencias que capto como un sabueso: especias exóticas; vinagre noble; cacao; incienso… Soy capaz de asimilar estos matices por separado o fusionarlos en un todo sublime.
El humo me hace evocar el viaje a las tierras altas de Escocia que Alan organizó para mí, lo que sin duda fue un modo de redimirse tras su reciente infidelidad. Fue allí, en un pequeño almacén detenido en el tiempo, donde compré para él un añejísimo whisky.
—Reserva este licor para una ocasión especial, para un momento en el que te sientas realmente feliz, y piensa en mí cuando lo bebas...— recuerdo que le susurré al oído.
El caso es que la botella nunca se llegó a abrir. Atisbo sus destellos en el mismo lugar donde él la colocó, medio oculta entre libros. Es el frasco esférico que ahora mismo sostengo en mis manos, sin etiqueta y con el corcho sellado por un viejo lacre que se quebró en algún momento a lo largo de estos años.
Por cierto, la pipa sigue humeando, y no he necesitado un segundo fósforo... Sé que suena ridículo, pero eso me hace muy feliz.
—A tu salud, mi querido Alan. Parece que la ocasión por fin se ha presentado, aunque no del modo en que lo habíamos previsto— pienso en voz alta.
Y sonrío... mientras me sirvo una buena medida del líquido ambarino...
Noticia publicada en elSemanario El Caso
Madrid, 13 de Agosto de 1972
En la mañana de ayer fue hallado en su domicilio el cuerpo sin vida del ilustre notario y súbdito británico, don Alan Kanter-Hamilton, de 89 años de edad.
La causa del óbito ha sido atribuida al suicidio por envenenamiento causado tras la ingestión de una bebida alcohólica que presentaba un alto porcentaje de ricino, un potente veneno extraído de la semillas del Ricinus Communis, planta de la que se han descubierto varios ejemplares en los jardines anexos a la propiedad del finado.
Según revelan nuestras fuentes, el cuerpo del anciano se encontró ataviado con prendas femeninas, las cuales se han demostrado pertenecientes a su cónyuge, doña Clemencia Mariño Quiroga, fallecida por causas naturales hace tres años y que protagonizó a principios de la década de los cuarenta el caso de La envenenadora de Ferrol, habiendo sido señalada en aquel entonces como principal responsable de la muerte de doñaEloísa Quiroga Ulloay el hijo incapacitado de esta, donOnofre Mariño Quiroga. Finalmente, y como nuestros lectores recordarán, la citada Clemencia M.Q., asimismo hija y hermana de las víctimas, quedó absuelta por falta de pruebas.
Los escasos conocidos y vecinos del matrimonio a los que hemos podido entrevistar, coinciden en señalar que la pareja no se relacionaba y apenas salía de la mansión -que a falta de un mínimo mantenimiento se encuentra prácticamente en ruinas- así como que habían venido notando un acusado declive en la salud física y mental del notario en los últimos tiempos a raíz del duro golpe que le supuso la súbita muerte de su adorada esposa, máxime teniendo en cuenta la circunstancia de haber sido él mismo quien descubrió el cadáver en el lecho conyugal que compartían.
Quedamos a la espera de los resultados en las indagaciones de las próximas horas para dar a conocer nuevos datos relativos a este suceso.
II CONCURSO DE RELATO CORTO JOSE FERNANDEZ-VENTURA
La Pipa del Hobbit
By: SEÑOR BYRON
Nota del autor: este relato de ficción está basado en la trilogía El Señor de los Anillos, obra de J.R.R. Tolkien. En letra cursiva párrafos extraídos literalmente de los libros I- LA Comunidad del Anillo y III – El retorno del Rey.
Samsagaz Gamyi se deslizó por la grieta y se percatóque se encontraba en una caverna larga, o en una galería perforada en el cono humeante de la montaña. Un poco más adelante el pavimento y las dos paredes laterales estaban atravesados por una profunda fisura, y de ella brotaba el resplandor rojo, que de pronto trepaba en una súbita llamarada, de pronto se extinguía abajo, en la oscuridad; desde los abismos subía un rumor y una conmoción, como de máquinas enormes que golpearan y trabajaran…
La luz volvió a saltar, y allí, al borde del abismo, de pie delante de la Grieta del Destino, vio a Frodo, negro contra el resplandor, tenso, erguido pero inmóvil, como si fuera de piedra.
- ¡Amo! –gritó Sam
Entonces Frodo pareció despertar y habló con una voz clara, una voz límpida y potente que Sam no le conocía, y que se alzó sobre el tumulto y los golpes del Monte del Destino, y retumbó en el techo y las paredes de la caverna.
-He llegado –dijo.
-Sí amo. Ha llegado. Muy a pesar de todas las fuerzas del mal, las inclemencias del tiempo, los avatares del destino y la terrible fuerza del anillo, ha llegado.
-Solo me queda terminar mi misión. Pero antes… –contestó Frodo, mientras recordaba las palabras de Gandalf aquél infausto día en La Comarca, tantas lunas atrás, cuando le fue encomendado el más pesado y atroz de los cometidos.
Bilbo Bolsón había decidido partir. Dejar la Comarca. Así, sin más y sin otro aviso que el que le acababa de dar a Gandalf, al que había convocado para comunicarle su intención y para una despedida fugaz y parca en palabras. Recogió las pocas pertenencias que creía necesitar, deposió un sobre encima de la repisa de la chimenea dirigido a su sobrino Frodo, y salió.
Se detuvo en silencio, un momento, mientras miraba atrás. Luego, sin pronunciar una palabra, se alejó de las luces y voces de los campos y tiendas, dio una vuelta al jardín y bajó trotando la larga pendiente. Saltó un cerco bajo y fue hacia los prados, internándose en la noche como un susurro de viento entre las briznas.
Gandalf, el Gris, se quedó un momento mirando como desaparecía en la oscuridad.
–Adiós, mi querido Bilbo, hasta nuestro próximo encuentro –dijo dulcemente, y entró en la casa.
Frodo llegó pocos segundos despues y encontró a Gandalf solo, sentado en la penumbra y absorto en sus pensamientos.
- Hola, Gandalf. ¿Y mi tío?
- Se marchó. Se fue.
- ¿Se fue? ¿Realmente nos dejó?
- Sí –respondió Gandalf-, al fin se fue.
- Deseaba, es decir, esperaba hasta esta tarde que todo fuese una broma –dijo Frodo-. Pero el corazón me decía que era verdad. Siempre bromeaba sobre cosas serias. Lamento no haber venido antes para verlo partir.
- Bueno, creo que al fin prefirió irse sin alboroto –dijo Gandalf-. No te preocupes tanto. Se encontrará bien ahora. Dejó algo para ti. Ahí está, sobre la chimenea –y le señaló el pequeño paquete.
Frodo tomó el sobre de la repisa, le echó una mirada, pero no lo abrió.
- Creo que dentro encontrarás el testamento y todos los otros papeles –dijo el mago-. Tu eres ahora el amo de Bolsón Cerrado. Supongo que encontrarás también un anillo de oro.
- ¡El Anillo! –exclamó Frodo-. ¿Me ha dejado el anillo? Me pregunto por qué. Bueno, quizá me sirva de algo -continuó mientras abría nervioso el sobre.
- Sí y no –dijo Gandalf -. En tu lugar yo no lo usaría. Pero guárdalo en secreto ¡y en sitio seguro! El anillo y otra cosa que te daré. Bien, me voy a la cama.
A la mañana siguiente, luego de un desayuno tardío, el mago se sentó junto a la ventana abierta del estudio. Un fuego brillante ardía en el hogar, aunque el sol era cálido y el viento soplaba del sur. Todo parecía fresco: el verde nuevo de la primavera asomaba en los campos y en las yemas de los árboles.
Gandalf recordaba otra primavera, unos ochenta años atrás, cuando Bilbo había partido de Bolsón Cerrado sin llevarse ni siquiera un pañuelo. El mago tenía el cabello más blanco ahora y la barba y las cejas quizá más largas, y la cara más marcada por las preocupaciones y la experiencia, pero los ojos le brillaban como siempre y fumaba una extraña y larga pipa, haciendo anillos de humo con el vigor y el placer de antaño.
Fumaba en silencio mientras Frodo estaba sentado a su lado y muy quieto, ensimismado. Aun a las luz de la mañana sentía la sombra oscura de las notícias que Gandalf había traído. Al fin, quebró el silencio.
- Gandalf, anoche empezaste a contarme cosas extrañas sobre el Anillo, y enseguida callaste diciendo que tales asuntos era mejor ventilarlos a la luz del día. ¿No piensas que sería mejor terminar la conversación ahora? Me has dicho que el Anillo es peligroso, mucho más peligroso de lo que creo. ¿en qué sentido?
- En muchos sentidos –respondió el mago-. Es mucho más poderoso de lo que me atreví a pensar en un comienzo, tan poderoso que al fin puede llegar a dominar a cualquier mortal que lo posea. El Anillo lo poseería a él- y se recostó cómodo sobre el respaldo del sillón, demostrando con ello lo largo que sería el relato.
En tiempos remotos fueron fabricados en Eregion muchos anillos de Elfos, anillos mágicos como vosotros los llamáis; eran, por supuesto de varias clases, algunos más poderosos y otros menos- continuó. Los menos poderosos fueron solo ensayos, anteriores al perfeccionamiento de este arte: bagatelas para los herreros de los Elfos, aunque a mi entender, peligrosos para los mortales. Pero los realmente peligrosos eran los Grande Anillos, los Anillos del Poder.
Un mortal que conserve unos de los Grandes Anillos no muere, pero no crece ni adquiere más vida. Simplemente continúa hasta que al fin cada minuto es un agobio.Mientras, toda su experiencia, todo su conocimiento y sabiduría se almacenan y atesoran en el Anillo. Tanto lo bueno, como lo malvado. Siglos y siglos de erudición.Y si emplea a menudo el Anillo para volverse invisible, sortilegio que se produce cuando te lo pones en un dedo, se desvanecerá como ser humano, se transformará al fin en un ser perpetuamente invisible que se paseará en el crepúsculo bajo la mirada del Poder Oscuro, que rige los Anillos. Sí, tarde o temprano (tarde si es fuerte y honesto, pero ni la fortaleza ni los buenos propósitos duran siempre) tarde o temprano el Poder Oscuro lo devorará.
- ¡Qué aterrador! –dijo Frodo.
Hubo un lago silencio. Sam Gamyi cortaba el césped en el jardín y el sonido subía hasta el estudio.
- Pero hay algo más que debes saber. Esto que te he contado lo saben todos los magos y las gentes poderosas. Sin embargo, hay un secreto que tan solo yo conozco y que te voy a revelar ahora. Desgraciadamente pronto iniciarás una aventura que me costará la vida y bien está que este secreto no muera conmigo.
Una vez construidos los Anillos del Poder, los elfos advirtieron el gran peligro que entrañaban si caían en manos del Poder Oscuro a través de cualquiera de sus secuaces, especialmente su señor Sauron, que había construido el más poderoso de todos, el Anillo Unico, allá en las Tierras de Mordor después de que los Elfos le enseñaran cómo hacerlo; para controlar a los demás Anillos de Poder y esclavizar a los Pueblos Libres de la Tierra Media.
En casa de Elrond, Erestor, jefe de los Elfos de Rivendel, convocó un Consejo, posteriormente conocido como el Concilio de Elrond, en el que representantes de los Pueblos Libres deliberaron hasta decidir qué hacer con los Anillos del Poder. Se dice que Elrond era el más sabio entre los Eldar, excepto quizá Galadriel. Era un gran maestro de la ciencia y un poderoso guerrero. En ese Concilio, se encargó a los más valerosos combatientes de Rivendel encontrar y destruir los Anillos de Poder, antes de que cayeran en manos de Sauron y la Tierra Media se cubriera de dolor, muerte y oscuridad por los tiempos de los tiempos. Todos fueron destruidos excepto el ahora tuyo, el Anillo Único, que le sería arrebatado a Sauron por Isildur, en la Guerra de la Última Alianza. Luego, el Anillo se perdería en las aguas del rio Anduin, hasta que fuera encontrado por el hobbit Déagol pescando en el rio. Más tarde, su primo Sméagol lo asesinaría para arrebatárselo. Sméagol fue desterrado de su aldea y maldecido por su familia, por lo cual terminó refugiándose en una cueva de las profundidades de las Montañas Nubladas, donde se mantuvo oculto junto al Anillo. Allí el Anillo prolongó la vida de Sméagol de manera anti-natural, convirtiéndole en Gollum. Cuidate de él, que sigue en su locura buscando incesante el Anillo que hace muchos años tu tío Bilbo encontró casualmente en su cueva, pasando así a ser su último y atormentado poseedor antes que tú.
Pero, al mismo tiempo, los Elfos decidieron encargar a un sabio artesano local, un erudito versado en las ciencias de la alquimia, algún arma secreta que pudiera acabar con el Anillo, o aniquilar su poder. Después de muchas lunas de profundas meditaciones e innumerables experimentos en su taller, el artesano solicitó una nueva reunión del Concilio y allí expuso sus conclusiones: la única forma de acabar con el anillo era arrojarlo a los fuegos de Amon Amarth, (Monte del Destino), un volcán de Orodruin, La Montaña de Fuego de la meseta de Gorgoroth, al norte de Mordor. Allí fue forjado y allí debía ser destruido. Así se acabaría con todo su poder maligno, pero también con su parte benigna, todo el conocimiento que el Anillo había atesorado de todos y cada uno de sus poseedores en su larga vida de existencia. Para evitarlo, el menestral había construido un extraño objeto, una larga pipa de cazoleta puntiaguda, con un rebaje en el interior del hornillo dónde encajaría perfectamente el Anillo.
- ¡Ésta pipa! –dijo solemne Gandalf mientras mostraba a Frodo aquella que había estado fumando lentamente durante todo el relato.
- ¿Esta pipa? –contestó sorprendido Frodo mientras la tomaba entre sus manos. ¿Esta cosa tan frágil? ¿Y tan solo encajando en ella el anillo ya se produce la magia? ¿Y cómo? ¿Y dónde van a parar los conocimientos?
- Despacio, despacio, querido Frodo –contestó el sabio en tono socarrón. Todo a su debido tiempo. Primero has de saber lo que debes quemar en su interior para que se desencadene el hechizo. Recuérdalo bien y no te olvides de sus proporciones: han de ser exactas a las que te digo ahora.
Una parte de Luz de Eärendil, que te será dada por Galadriel en forma líquida dentro un pequeño frasco cuando visites Rivendel. Otra parte de polvo de Lembas, Pan del Camino de los Elfos, que también te darán los elfos para que repongas fuerzas en tu caminar, y la última parte compuesta, en iguales proporciones entre sí, de una brizna de la barba de Bárbol, jefe de los Entz, pastores de árboles que habitan en los bosques de Fangorn, otras hebras de cuerda Élfica,trenzada con Hithlainque Galadriel obsequiará a Samsagaz, y unos hilvanes del apestoso tabaco que fuma Aragorn, capitán de los montaraces al que conocerás en la posada de El Póney Pisador en Bree, en tu camino hacia la Tierra de los Elfos.
Una vez dispongas de todos estos ingredientes, llena la pipa y ponla bajo Dardo, la daga de Gondolin que porta tu tío Bilbo, y que te será entregada por él mismo cuando os volváis a encontrar.
- ¿Bilbo? –preguntó Frodo mientras abría desmesuradamente los ojos. ¿Cuándo volveré a ver a mi querido tío?
- Todo te será revelado en su momento – contestó firme Galdalf.- y prosiguió. Una vez observes que la daga se ilumina de color azul por la Luz de Eärendil que habrás depositado en el hornillo de la pipa, encenderás el contenido con fuego del volcán del Destino y notarás entonces que extraños sucesos ocurrirán. No te asustes, no te dañarán. Después de ello, serás una persona diferente. A continuación, y sin más dilación, deberás arrojar el Anillo a los fuegos.
- Me estás aterrorizando. Demasiadas cosas y ninguna buena me vaticinas. ¿Y por qué a mí? –lloriqueó asustado el hobbit.
- Son designios superiores y ni yo mismo podría responderte a esa pregunta.
- ¿Y por qué no destruir este anillo ahora mismo? No me veo capaz de cumplir estos designios que me pides- prosiguió Frodo, intentando evitar lo inevitable.
- No hay manera de hacerlo, a no ser la que ya te expuse.
- No te creo. Lo arrojaré al fuego de la chimenea –terminó el Hobbit mientras arrojaba el Anillo al fogón.
El mago se quedó unos minutos mirando el fuego; luego se inclinó, sacó el Anillo con las tenazas, poniéndolo sobre la chimenea y en seguida lo tomó con los dedos. Frodo ahogó un grito.
- ¡Tómalo!
Frodo lo recibió con mano temblorosapor el temor a quemarse y comprobó cómo estaba completamente frío, tal si lo hubiera recogido del fondo de un arroyo de montaña.
- Tu pequeño fuego apenas podrá fundir el oro común- prosiguió Gandalf. Este Anillo ha pasado ya por ese fuego y ni siquiera se calentó. No hay forja en La Comarca que pueda cambiarlo en lo más mínimo; aun los hornos y yunques de los Enanos no podrían hacerle nada. Se ha dicho que el fuego de los dragones podía fundir y consumir los Anillos del Poder, pero no hay ningún dragón que tenga ese fuego: ni siquiera Ancalagon el Negro podría dañar al Anillo Unico, el Anillo Soberano.
Hay un solo camino: encontrar las Grietas del Destino, en las profundidades de Orodruin, la Montaña de Fuego, y arrojar allí el Anillo. Esto siempre que quieras destruirlo de veras, e impedir que caiga en manos enemigas.
- ¡Quiero destruirlo de veras! –exclamó Frodo. O que lo destruyan. No estoy hecho para empresas peligrosas. Hubiese preferido no haberlo visto nunca. ¿Por qué vino a mí? ¿Por qué fui elegido?
- Preguntas que nadie puede responder –dijo Gandalf-. De lo que puedes estar seguro es que no fue por ningún mérito que otros no tengan. Ni por poder, ni por sabiduría, a lo menos. Pero has sido elegido y necesitarás de todos tus recursos: fuerza, ánimo, inteligencia. Guarda cuidadosamente la pipa en este estuche de cuerno y no olvides recolectar los ingredientes que te he revelado.
Y allí, en las entrañas del volcán, dirigiéndose a Sam, le contó con apenas un hilo de voz, la única que sus muy exiguas fuerzas le permitían:
- Sam, amigo y fiel compañero. Debo acometer ahora una tarea desconocida, pero al parecer necesaria y muy importante. No conozco cuál será su final, pero me ha sido asegurado que no correré peligro. No temas por mí. Después, debo destruir el Anillo.
- Eso, amo. Destruya de una vez ese objeto de los infiernos que no nos ha traído más que penas e infortunios –le contestó Sam vehemente.
- Pero he de pedirte una última cosa. Mantente apartado, pues no conozco el alcance de las fuerzas que se desatarán. Quédate fuera y vigila que no me interrumpa ese maldito Gollum que nos lleva siguiendo tantas lunas y a buen seguro debe andar por las proximidades.
- Descuide, amo. Guardaré la entrada con mi propia vida si fuera necesario.
- Antes de salir, he de pedirte que me dejes aquí el Frasco de la Dama Galadriel, el poco pan de Lembas que nos queda, tu cuerda élfica y esas otras bagatelas que he ido recopilando en nuestro largo caminar y te he pedido que guardes celosamente en tu alforja. También esa arqueta de asta que igualmente portas en el fondo del zurrón.
- ¿Y para qué quiere el amo todas esas cosas, si lo puedo saber?
- Mejor no preguntes, querido Sam, y obedece.
El hobbit hurgó en su talega, depositó todas las cosas que Frodo le había pedido sobre una roca, le echó una profunda, triste y cálida mirada antes de apretar sus magros huesos en un fuerte abrazo, y salió decidido de la cueva. – Que se atreva esa sabandija del Gollum. Nadie ni nada podrá molestar a mi amo ahora –musitó.
Una vez su compañero de fatigas hubiera abandonado la gruta, Frodo, casi sin fuerzas, sacó el Anillo de su cadena y lo colocó en la ranura que tenía la pipa para recibirlo, dónde encajó perfectamente, como si de un guante a medida se tratara. Acto seguido rellenó la pipa con los ingredientes que le había revelado Gandalf, sacó la daga Dardo de su vaina, que Bilbo te había entregado en su fugaz encuentro a su paso por Rivendel, y la depositó sobre la cachimba, cuidadosamente colocada sobre una oquedad de la roca.
Al momento pudo observar cómo el hornillo de la pipa despedía una brillante luz azul, que se extendió por la totalidad de la hoja de la daga, la cual se volvió misteriosamente cristalina. Se agachó, tomó un pequeño palito del suelo, lo acercó a una hendidura en el suelo de la caverna por dónde brotaban de vez en cuando pequeñas llamas, y esperó a que éste prendiera.
Una vez conseguido, colocó la pipa entre sus labios y acercó la pajuela ardiendo a la abertura de la cazoleta. Aspiró profundamente y pudo observar cómo un extraño rayo de luz blanca emanaba de la cachimba hasta llegar al techo, a la vez que una pequeña explosión ocurría dentro de ella. El Anillo se fue tornando incandescente, primero de un rojo parduzco, luego brillante carmesí y finalmente blanco inmaculado, blanco de dioses. Un enorme y níveo halo envolvía ahora todo el interior de la gruta. Sin dejar de aspirar, Frodo sintió como su ahora frágil y escuálido cuerpo se elevaba algo más de un metro en el aire, tumbado de espaldas, como levitando, mientras los brazos le colgaban inertes. Millones y millones de extrañas imágenes fueron pasando por sus ojos cerrados, innumerable palabras se grabaron en su memoria mientras una multitud de hermosos sonidos retumbaban en sus oídos. Su pecho se hinchó de aire fresco, como de la querida brisa de la Comarca, y una enorme sensación de bienestar se apoderó de él. Entre las volutas de humo luminoso que brotaba a raudales de su pipa, apareció una figura amada y conocida: Gandalf, ahora El Blanco, le sonreía.
- Bienvenido al Sinedrin de los Sabios, amigo Frodo El Blanco. Ahora eres uno más de nosotros, el depositario de la sabiduría. Utiliza en favor del Bien y de todas las criaturas existentes los conocimientos que ahora te han sido dados. Repudia el mal, reniega del poder, huye de las riquezas y los vicios del cuerpo. Sé humilde y generoso. Cuida la Tierra Media y haz cuidar de ella, que nos necesita tanto como nos otorga. Difunde el saber a través de las pipas perpetuando su uso. Ahora, termina tu misión y vence al mal.
Y dicho esto, la imagen se desvaneció mientras el humo se consumía y la luz de la pipa se apagaba lentamente, al tiempo que Frodo descendía suavemente hasta quedar tumbado en el suelo. No sabría decir cuánto tiempo había durado aquél rito. Tal vez segundos, tal vez días, tal vez años.
Y mientras esto ocurría, allá lejos, hasta en los Sammath Naur, el corazón mismo del reino de Sauron, el Poder de Baraddür se estremecía y la Torre temblaba desde los cimientos hasta la cresta fiera y orgullosa. El Señor Oscuro comprendió de pronto que Frodo estaba allí con su Anillo, y el Ojo, capaz de penetrar en todas las sombras, escrutó a través de la llanura hasta la puerta que él había construido; y la magnitud de su propia locura le fue revelada en un relámpago enceguecedor, y todos los ardides del enemigo quedaron al fin al desnudo. Y la ira ardió en él con una llama devoradora, y el miedo creció como un inmenso humo negro sofocándolo. Pues conocía ahora qué peligro mortal lo amenazaba, y el hilo del que pendía su destino.
Y al abandonar de pronto los planes y designios, las redes del miedo y la perfidia, las estratagemas y las guerras, un estremecimiento sacudió al reino entero, de uno al otro confín. Convocados por él, remontándose con un grito horripilante, en una última carrera desesperada, más raudos que los vientos volaron los negros Nazgül, los alados Espectros del Anillo, y en medio de una tempestad de alas se precipitaron al sur, hacia el Monte del Destino.
Asustado por aquellos estremecimientos y alaridos pavorosos, y no sin dudar antes un largo rato, Samsagaz decidió entrar de nuevo a la caverna y comprobar que Frodo, su amo, estaba a salvo. Pero algo le asestó un violento golpe en la espalda, que lo hizo volar piernas arriba y caer a un costado, de cabeza contra el pavimento, mientras una forma oscura saltaba por encima de él. Se quedó allí tendido un momento, y luego todo fue oscuridad.
Tiempo después, Sam se levantó. Se sentía aturdido, y la sangre que le manaba de la cabeza le oscurecía la vista.
Avanzó a tientas por la grieta, y de pronto se encontró con una escena terrible y extraña. Gollum en el borde del abismo luchaba frenéticamente con un adversario extrañamente blanco, luminoso. Al principio no reconoció a Frodo. Se balanceaban de un lado a otro, tan cerca del borde del abismo que por momentos parecía que iban a despeñarse; retrocedían, se caían se levantaban y volvían a caer. Y Gollum siseaba sin cesar, pero no decía nada.
Los fuegos del abismo despertaron iracundos, la luz roja se encendió en grandes llamaradas, y un resplandor incandescente llenó la caverna.Y de pronto Sam vio en las largas manos de Gollum un extraño y largo objeto de madera, como un apagavelas, del cual extrajo el Anillo, arrojándolo después a un rincón de las rocas mientras, bailando desenfrenadamente, levantaba en alto el Anillo que brillaba ahora como si lo acabaran de forjar en fuego vivo.
-¡Tesssoro, tesssoro, tesssoro! –gritaba Gollum. -¡Mi tesssoro! ¡Oh, mi tesssoro! –Y entonces, mientras alzaba los ojos para deleitarse del botín, dio un paso de más, se tambaleó un instante en el borde, y luego, con un alarido espeluznante, se precipitó en el vacío. Desde los abismos llegó su ultimo lamento ¡Tessoro!. Y desaparecieron para siempre villano y Anillo.
Hubo un rugido y una gran confusión de ruidos. Las llamas brincaron lamiendo el techo. Los golpes aumentaron y se convirtieron en un tumulto, y la montaña tembló. Sam corrió hacia Frodo, el Blanco, y lo incorporó del suelo. Frodo buscó entre las rocas y recogió intacta la pipa que Gollum acababa de tirar.
- Este es mi tesoro, Sam- dijo a su amigo mostrándosela. Salgamos es este antro. Ahora tengo otra tarea que afrontar. Debo compartir con las gentes, con todas las gentes y durante todos los tiempos, la enorme cantidad de bienes que me han sido otorgados en forma de conocimiento. Y esto debo hacerlo a través de estos humildes objetos. Cada vez que un alma buena encienda una pipa, accederá a un profundo estado de serenidad y se le abrirá una ventana hacia el saber, que podrá explorar si sabe mirar a través de ella mediante la meditación y la paz. Ese será mi objetivo y mi legado como nuevo miembro del Sinedrín de los Sabios.
Estriados de relámpagos, atronaron los cielos. Restallando como furiosos latigazos, cayó un torrente de lluvia negra. Y al corazón mismo de la tempestad, con un grito que traspasó todos los ruidos, desgarrando las nubes, llegaron los Nazgül; y atrapados como dardos incandescentes en la vorágine del fuego de las montañas y los cielos, crepitaron, se consumieron y desaparecieron. El Ojo explotó con un enorme estallido.
De improviso se hizo el silencio en Mordor, las Tierras de Sauron. La lluvia negra cesó y las plúmbeas nubes se disiparon, hasta que el sol, después de muchos lustros, volvió a brillar en el cielo y a bañar aquellas castigadas tierras con su luz.
- Me hace feliz que estés aquí conmigo, Sam- dijo Frodo mientras bajaban lentamente el sendero del Monte del Destino.–Aquí, al final de todas las cosas.
¡¡ ENHORA BEUNA, A LOS PREMIADOS !!
El Pipa Club de España, a través de su Junta Rectora, convoca el Segundo Concurso de Relato Corto José Fernández-Ventura, que se regirá por las siguientes bases:
www.escritores.org
2. Los trabajos, se presentarán en lengua castellana o catalana, y han de ser originales e inéditos. El tema deberá versar necesariamente, o estar relacionado, con las pipas, el tabaco de pipa, o el fumar en pipa.
3. La extensión de los originales será de un máximo de 8 hojas y un mínimo de 2, a una cara en tamaño DIN A-4, en letra Arial, tamaño 12 e interlineado de 1,5 líneas. Todas las páginas deberán estar numeradas, a excepción de la portada, aparte.
Las obras se presentarán por duplicado, con portada y texto grapados en la esquina superior izquierda. Solamente se puede presentar un trabajo por autor y año.
4. Los trabajos se presentarán sin firma, en un sobre cerrado, dentro del cual irá otro sobre con seudónimo y título de la obra, que contendrá, escrito con claridad, el nombre y apellidos del autor, así como su dirección completa, número de teléfono, e-mail si procede, y fotocopia del Documento Nacional de Identidad o Pasaporte. Tanto en la portada de los trabajos como en el exterior de los sobres figurará de forma destacada: ‘Concurso de Relato Corto José Fernández- Ventura’ y el ‘título del relato’.
5. Los trabajos, en condiciones anteriormente establecidas, podrán enviarse por correo postal (sin indicar remite de envío) a:
Miguel Morey Aguirre
Aduana Palma de Mallorca
c/Moll Vell, s/n
07012 Palma de Mallorca
BALEARES
-ESPAÑA-
La fecha límite de recepción de originales será el 1 de Octubre de cada año.
6. El jurado, cuya composición estará integrada siempre por socios del Pipa Club de España, se dará a conocer al emitirse el fallo; tendrá además de las facultades normales de otorgar o declarar desierto el premio, y emitir el fallo, y las de interpretar las presentes bases. La decisión del jurado será inapelable.
7. El fallo del jurado se dará a conocer en el torneo de fumada lenta anual ´Bonet de Ses Pipes’ y se publicará, junto con el relato ganador en el blog del Pipa Club de España.
8. El Pipa Club de España, se reserva la facultad de adoptar las medidas que estime oportunas, para garantizar la autenticidad de los trabajos presentados.
9. Los premio al relato ganador, serán; Primer premio: una pipa donada por Pipa Club de España, con el siguiente rótulo grabado: ‘P.C.E.- J.F.V. y el año del concurso’ y seis latas de tabaco de pipa; segundo premio: cinco latas de tabaco de pipa; tercer premio: cuatro latas de tabaco de pipa; además se expenderán diplomas acreditativos de la obtención del 1er, 2º y 3er Premio.
10. Los premios se entregarán, en la cena del torneo de fumada lenta anual, ´Bonet de Ses Pipes’
11. Los trabajos no premiados podrán ser retirados por sus autores o personas autorizadas disponiendo de 20 días a partir de la fecha de entrega de los premios. Los originales no retirados serán destruidos transcurrido dicho plazo.
12. Todos los trabajos que no se ajusten a estas bases quedarán en depósito y no participarán en la convocatoria, quedando también sujetos al apartado anterior.
13. El Pipa Club de España, dispondrá de las obras premiadas para su publicación en la forma y manera que crea oportuno.
14. La presentación de obras a este concurso supone por parte de los autores la aceptación de las presentes bases.
Pipa Club de España
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